CRÓNICAS TRANSAHARIANAS 2006
Ya estamos todos y todas de nuevo en casa. Ha costado volver a la realidad después de casi un mes en el continente africano con lo que conlleva una expedición de tal envergadura.
La aventura ha sido un éxito rotundo. Hemos podido completar las etapas programadas para la bajada hasta Bamako (Capital de Mali). De hecho nos permitimos el lujo de prolongar nuestra estancia visitando la falla de Bandiagara con el trekking que teníamos planeado.
El paso de Marruecos fue fugaz, paradas las mínimas, aprovechando las carreteras de rectas infinitas con la finalidad de bañarnos en el océano de estrellas del Sahara lo antes posible.
Nada más llegar a la deseada arena, el desierto empezó a imponer sus leyes: varios coches atrancamos teniendo que sacar las planchas y las palas; nuestra cesta, cargada con dos bidones de 20 litros de gasoil, con la sexta rueda, palas y algunas cosas más decidió salir volando en una acumulación de arena tomada con excesiva velocidad...
Mauritania tiene un color evidente y especial: un amarillo anaranjado debido a la gran extensión de desierto que inunda prácticamente sus límites fronterizos. Atravesamos el país por el idílico mar de dunas de Trarza, un espectáculo paisajístico inigualable. Belleza y condena. No hemos podido entender como subsisten en esas tierras. Únicamente veíamos poblados nómadas camelleros. Es imposible la vida animal o vegetal. Durante los días que tardamos en atravesar esta basta extensión de arena no encontramos ningún oasis, animal o arbusto. Allí se comprendía perfectamente el concepto de emigración.
La ruta del Banc D´Arguin fue una prueba para la orientación GPS, para mecánica y conducción. Tramos inmensos de arena muy blanda y profunda que en más de una ocasión nos tocó sacar de los bajos de los 4x4 con palas y manos. De hecho, uno de los vehículos rompió y tras dos días incomunicados y alguno más buscando las piezas de repuesto el propietario se vio obligado a vender su vehículo por un precio irrisorio, c´est l´afrique.
En esa misma etapa, por la noche, nos vimos obligados a esperar a que bajara la marea para atravesar un tramo, de aproximadamente 100 km., de playa. Fue una prueba para pilotos y mecánica muy dura. Tras todo un día de arena, acabamos la noche con agua del Atlántico hasta por el techo.
La "vía de arena dura" que teníamos era extremadamente reducida y nuestras opciones se limitaban a un lado dunas y al otro unos cuantos litros de oceano...
El recibimiento de Mali es como tiene que ser la entrada a un país del África negra: una pista de 180 km de barro rojo barrida por las lluvias torrenciales y totalmente impracticable.
Este país delimita las reglas de juego a cualquiera que acepte entrar en su tablero. Un tablero salvaje, duro, donde cada casilla puede ser el fin de la partida o el inicio de un juego para el que no tienes fichas. La sensación de pureza y encuentro con nosotros mismos nos golpea en cada kilómetro recorrido y en cada uno de nuestro pensamientos.
En la pista de Nioro un par de vehículos nos vimos obligados a dormir en medio del sahel, en una zona muy aislada de puntos de civilización. Encontramos una aldea compuesta por cinco casitas y decidimos pedir permiso para acampar en sus tierras al anciano de la tribu. Eran una familia sedentaria con una economía de subsistencia dependiente de sus dos bueyes y su limitado huerto. Tanta humildad y tanto derroche de entrega y autenticidad humana nos hacía retornar a una esencia más animal y menos prefabricada... La comunicación no pasó más allá de unos gestos muy rudimentarios por ambas partes, hablaban un dialecto tribal, pero supieron transmitirnos sensaciones imposibles de transmitir con palabras.
El verde de Mali impresiona tras rutas infinitas del Sahara y de Mauritania, no acabas por entender ese agresivo contraste. Nuestra época estival coincide con la de lluvias en estas latitudes. La desproporción de lluvias condiciona toda planificación de etapas previstas, olvida mapas, kilómetros y marca como único objetivo avanzar y no romper mecánica.
La aventura ha sido un éxito rotundo. Hemos podido completar las etapas programadas para la bajada hasta Bamako (Capital de Mali). De hecho nos permitimos el lujo de prolongar nuestra estancia visitando la falla de Bandiagara con el trekking que teníamos planeado.
El paso de Marruecos fue fugaz, paradas las mínimas, aprovechando las carreteras de rectas infinitas con la finalidad de bañarnos en el océano de estrellas del Sahara lo antes posible.
Nada más llegar a la deseada arena, el desierto empezó a imponer sus leyes: varios coches atrancamos teniendo que sacar las planchas y las palas; nuestra cesta, cargada con dos bidones de 20 litros de gasoil, con la sexta rueda, palas y algunas cosas más decidió salir volando en una acumulación de arena tomada con excesiva velocidad...
Mauritania tiene un color evidente y especial: un amarillo anaranjado debido a la gran extensión de desierto que inunda prácticamente sus límites fronterizos. Atravesamos el país por el idílico mar de dunas de Trarza, un espectáculo paisajístico inigualable. Belleza y condena. No hemos podido entender como subsisten en esas tierras. Únicamente veíamos poblados nómadas camelleros. Es imposible la vida animal o vegetal. Durante los días que tardamos en atravesar esta basta extensión de arena no encontramos ningún oasis, animal o arbusto. Allí se comprendía perfectamente el concepto de emigración.
La ruta del Banc D´Arguin fue una prueba para la orientación GPS, para mecánica y conducción. Tramos inmensos de arena muy blanda y profunda que en más de una ocasión nos tocó sacar de los bajos de los 4x4 con palas y manos. De hecho, uno de los vehículos rompió y tras dos días incomunicados y alguno más buscando las piezas de repuesto el propietario se vio obligado a vender su vehículo por un precio irrisorio, c´est l´afrique.
En esa misma etapa, por la noche, nos vimos obligados a esperar a que bajara la marea para atravesar un tramo, de aproximadamente 100 km., de playa. Fue una prueba para pilotos y mecánica muy dura. Tras todo un día de arena, acabamos la noche con agua del Atlántico hasta por el techo.
La "vía de arena dura" que teníamos era extremadamente reducida y nuestras opciones se limitaban a un lado dunas y al otro unos cuantos litros de oceano...
El recibimiento de Mali es como tiene que ser la entrada a un país del África negra: una pista de 180 km de barro rojo barrida por las lluvias torrenciales y totalmente impracticable.
Este país delimita las reglas de juego a cualquiera que acepte entrar en su tablero. Un tablero salvaje, duro, donde cada casilla puede ser el fin de la partida o el inicio de un juego para el que no tienes fichas. La sensación de pureza y encuentro con nosotros mismos nos golpea en cada kilómetro recorrido y en cada uno de nuestro pensamientos.
En la pista de Nioro un par de vehículos nos vimos obligados a dormir en medio del sahel, en una zona muy aislada de puntos de civilización. Encontramos una aldea compuesta por cinco casitas y decidimos pedir permiso para acampar en sus tierras al anciano de la tribu. Eran una familia sedentaria con una economía de subsistencia dependiente de sus dos bueyes y su limitado huerto. Tanta humildad y tanto derroche de entrega y autenticidad humana nos hacía retornar a una esencia más animal y menos prefabricada... La comunicación no pasó más allá de unos gestos muy rudimentarios por ambas partes, hablaban un dialecto tribal, pero supieron transmitirnos sensaciones imposibles de transmitir con palabras.
El verde de Mali impresiona tras rutas infinitas del Sahara y de Mauritania, no acabas por entender ese agresivo contraste. Nuestra época estival coincide con la de lluvias en estas latitudes. La desproporción de lluvias condiciona toda planificación de etapas previstas, olvida mapas, kilómetros y marca como único objetivo avanzar y no romper mecánica.
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